sábado, 12 de agosto de 2017

Bípedos sin plumas

Íbamos hablando de esto y de lo otro una tarde de verano por el paseo de la playa.

Mi, no sé cómo llamarlo porque no era amigo, no había dado tiempo, ni dio, para considerarnos así, en fin, aquel chico que había conocido ese mismo mes y al que veía alguna tarde al encontrarnos por ahí, bueno, mi extraño amigo y yo hablábamos un poco de todo, de las preferencias en esto y en aquello, de los hobbys, en definitiva, de las cosas que se hablan en la adolescencia (y también después).
Me dijo que una de sus aficiones era el alpinismo, y entonces me contó que una vez al anochecer, con la noche que amenazaba ya del todo y en mitad de la montaña, se vio en un aprieto terrible. Ya antes, otro día, me había dicho que era ateo con frialdad y orgullo. No es que me extrañara yo del ateísmo, no, pero yo entonces era muy creyente, no muy católica, pero sí bastante cristiana, sin entenderlo mucho (ni poco) creía en la Trinidad.

Bueno, pues me confesó que ese día, en un momento que estaba cerca del vacío, en un momento al borde de algo, en el que supo y sintió que su vida peligraba, pues que creyó en Dios: “¡Vaya si se cree en Dios ahí arriba cuando te ves en una de esas, ahí arriba no eres ateo!” exclamó en un tono de excitación total como si se estuviera viendo en aquella situación en ese mismo instante. Yo lo escuchaba con atención, nunca me había visto en un trance así. Esto sí que me impresionó. Y ni rastro de aquella orgullosa frialdad.

Pues yo no me vi en una situación como esa hace un poco de tiempo pero sí que tuve mis cosillas con el Cielo.



 
Estábamos en el avión. Llevaba retraso, por fin accedimos al aparato. Íbamos muy cansadas las dos, pero por lo menos ya estábamos allí sentadas, ya no era cosa nuestra.




Pues no despegaba, allí estaba parado, calentaba motores pero poco, y así bastante rato. Se desplazó finalmente, se tiró otro tiempo en este segundo lugar; volvió a desplazarse, ésta vez se dirigió ya hacia su pista de despegue. Bueno, transcurrió entre media hora y tres cuartos de hora. Yo quería relajarme ya, que despegara de una vez. Pues me fui poniendo nerviosa, ya lo estaba de antes, en realidad había dormido tres horas y el día había sido una locura, qué digo el día, el mes entero. Pues el cansancio no ayudaba así que en aquel retraso me dio tiempo a ponerme nerviosa, no mucho, pero al final ya sí, y notaba que Violeta también estaba impaciente. También era de noche.

Pues visto y no visto, el avión, en muy muy poco tiempo, realmente repentina y bruscamente, pasó de la quietud desesperante a los ruidos y movimientos propios del despegue que fueron muy rápidos y muy estruendosos, y casi en nada de tiempo nos vi ya a punto de dejar el suelo, la tierra, y el aparato comenzó a ascender y entonces me sorprendí a mí misma en una plegaria, me sorprendí implorándole al Cielo “Déjame volver, quiero volver, déjame volver”.

  
El avión pronto estuvo arriba, y luego vendría el océano. “Mejor no pensarlo”, me dije.

 
Me gusta despegar, me da un poco de yuyu pero me gusta despegar, lo que no me vuelve loca son los aterrizajes, no, no me entusiasman. No pensé mucho más en esto, recuerdo decirme a mí misma todo de eso de que las estadísticas en los aviones son fantásticas y también decirme, intentando acallarlo pero que se oía, vaya que si: “sí, pero ésta puede ser la excepción... espero que nos joroben... venga anda, tranquilízate”. Bueno.
El vuelo transcurrió y fue movidito, con sus turbulencias. Vale.


Y luego amaneció







  Y después lo demás.








domingo, 19 de marzo de 2017

Verde y blanco






 - El puente de San José podríamos aprovecharlo e ir a alguna parte - dijo algún yoni.
Quien fuera tenía pensado Dublín.
- Entonces, ¿Irlanda?

Cogimos el avión desde San Javier, estaba todo lleno de giris .
Aterrizamos.
Y nos fuimos a dar una vuelta.







Y allí había un lío de mil demonios.


Verde: la gente vestía de verde, iba pintada de verde, los adornos eran verdes, aquello era una gran masa verde.
Era la festividad de St. Patrick, y yo no sé los demás, pero me parece que estaban igual de atontados y alucinados que yo, que yo supiera nadie sabía que nos íbamos a encontrar con aquello, pero así fue: ríadas y ríadas de gente y tréboles por todas partes, un follón de miedo.


Pues nos apuntamos, despistados y atontados pero nos apuntamos, o nos apuntaban, las dos cosas, porque allí te paraban y te tatuaban un trébol o te pintaban la cara en menos que canta un gallo.

El escándalo era muy considerable, en algunos momentos magnífico: sonidos de todas clases por aquí y por allá yuxtaponiéndose y fundiéndose: una carroza llevaba una música, y la siguiente, otra, y a todo volumen, a todo, y no te daba tiempo a discriminar. Estaba muy bien.


Pasamos por bastantes establecimientos abiertos, los extranjeros comprábamos recuerdos.

- ¿A dónde vas?
- A la tienda esa, me apetece tener una camisesta.
- ¿De esas de souvenir?
- Pues sí.

Y me compré una camiseta de Leprechaun y tréboles.

Y llegó la noche y nos fuimos al albergue.
Entonces las tres fumábamos y nos salíamos fuera a la puerta a fumar un cigarro, y ¡qué frío hacía! ¡qué frío! Tiritábamos, pero todo fuera por echar un cigarro, que no sólo es nicotina, sino pararte un poco, no sé muy bien a qué, sola o con compañía.

El lugar era bonito, había mucha madera, y los huéspedes eran bastante más jóvenes que nosotros y su noche era muy joven y bajaban por aquellas escaleras haciendo temblar los techos bajo los que dormíamos. Parecía que de un momento a otro alguna tabla se iba a quebrar. Recuerdo depertarme y ver a Yona despierta, y a Yonia también, y pensar en qué hacíamos y escuchar a los Yonis en la habitación de al lado hablar, estábamos todos despiertos, bien despiertos y aguantamos, y al final Yon se fue a hablar con el recepcionista, y la cosa no se calmó nada, y entonces volvió a ir, esta vez bastante cabreado, y entonces se calmó algo, no mucho, pero algo.
¿Qué esperábamos de una noche así? Pues no otra cosa, y menos donde estábamos.
Y así fue nuestro primer día.
Por fin pasó la noche y en  el nuevo día la cosa fue más tranquila.






Hacía una tarde preciosa y el paseo hasta llegar a la fábrica Guiness fue de lo que más me gustó, anduvimos mucho y por lugares muy diferentes a lo que habíamos visto hasta ese momento.





Y llegó la noche y había que cenar. Pasamos por varios restaurantes y nos llamó la atención un restaurante georgiano.

- ¿Y aquí...? Éste es georgiano.
  • ¿Meternos en un restaurante georgiano en Dublín?

Miramos en la entrada la carta.
  • No se entiende nada pero tiene buena pinta.
  • Pues vamos a meternos...
Y dicho y hecho.

Estaba en un primer piso y desde la calle se veía coqueto con sus cristaleras hasta el suelo y con sus visillos, tras los que se veían las siluetas de las mesas y la luz, la luz amarillenta pero alegre.

El interior era relativamente grande, no recuerdo bien pero habría quizá quince mesas, no sé. Nos mostraron la carta y pedimos a lo loco porque no sabíamos lo que era nada y cuando vino la comida pues nos la empezamos a comer, y digo nos lo empezamos a comer porque, a todo esto, uno de los dueños del local que servía también las mesas, hizo una llamada de atención a los presentes golpeando con una cuchara un vaso de cristal: el jefe había tenido un hijo por la mañana y nos lo querían anunciar, estaban muy contentos. Pues muy bien, alguna gente que debía conocerlos gritaron con júbilo y aplaudieron y nosotros pues aplaudimos también.

Y entonces corrieron dos o tres mesas de alrededor e hicieron un hueco y quitaron la música y se hizo un silencio. Todos estábamos expectantes. Se quitaron los uniformes, el delantal y demás y empezó a sonar otra música, una música folk y comenzaron a bailar, a bailar como los cosacos, como cosacos, sí.


                     სუხიშვილები   ცდო Georgian National Ballet Sukhishvili   Tsdo

Ni qué decir que estabamos atónitos de ver a aquellos cuatro o cinco hombres bailar de aquel modo, y lo hacían verdaderamente fenomenal. Todos hacíamos palmas a su ritmo.

Y Yon bailaba en la silla. Lo sacaron a bailar y él salió, vaya que sí. Entonces nos hicieron un gesto a los demás de que nos sumáramos, cosa que estábamos deseando hacer pero esperábamos prudentes su invitación. Bueno, salimos; uno a uno fuimos saliendo animando a los otros a que hicieran lo mismo hasta que salimos todos los del grupo. Y, ¿qué hacíamos nosotros bailando con esa música? Pues lo que podíamos. Y entonces la música cambió: visto y no visto retiraron todas las mesas a los rincones e invitaron a todo el mundo a que se sumara, y no tardaron, no, a los pocos segundos estaba todo el bar en pie bailando ¡Boney M!
 



Nosotros nos mirábamos divertidos, sin decir nada, riendo y disfrutando el momento, nadie se acordaba de la sopa y de todo lo demás. Y sonaron más temas de Boney M, de Gloria Gaynor, de Village People, etc. y mientras pasaba todo aquello y pegábamos botes, en uno de tantos giros vi la cristalera y como si de un imán se tratase, me dirigí hacia aquella gran ventana y miré a través del cristal la noche con sus luces. Fue un instante, pasó en muy poco tiempo exterior, me detuve un poco más ahí, y luego volví a sentir a mis amigos y al resto de mis congéneres y la música y todo lo demás, y retomé el baile.

Acabó la música y los jefes nos agradecieron nuestra, no sé, alegría, y nosotros a ellos. Entonces se pusieron otra vez sus uniformes y fueron colocando las mesas en su sitio y en un abrir y cerrar de ojos aquello estaba ordenado y todos tomábamos nuestras sopas.
Un músico con un violín comenzó a tocar. Nada que ver, era triste. Aparecieron nuevos comensales, que no podían imaginar ni de lejos el lío maravilloso que se había formado unos minutos antes. Yo pensé en qué cosas no pasarán en los sitios diez minutos antes de que aparezcamos en alguna parte. Pero nuestro sino, pienso ahora, es vivir los minutos que el universo nos tiene asignados a cada uno, ni los de antes ni los de después.

Y acabó la cena y volvimos a nuestro alojamiento, y por el paseo comentábamos entusiasmados lo que habíamos vivido y yo le decía a Yonia: “ Y...¿cómo le vamos a contar esto a nadie? Y ella se encogió de hombros sonriendo.

Y día siguiente salimos de la ciudad y fuimos de paseo y al mar.




Fuimos a varios sitios de los alrededores y llegamos un pueblo, cuyo nombre no recuerdo, a comer.
 


Dimos un paseo por un barrio residencial, aunque ya no sé si era el mismo lugar o no. Yona iba completamente entusiasmada mirando y tomando fotos de las especies vegetales autóctonas, deteniéndose aquí y allá, me decía que algunas de ellas sólo las había visto en las fotos de los libros, disfrutaba: “esto es una orquídea no sé qué... y esto un helecho no sé cuántos...”




Por la noche, a la vuelta, dimos un pequeño paseo algo errático, seguía haciendo un frío espantoso y un viento helado del demonio que nos hacía volvernos de espaldas de vez en cuando, las zonas abiertas y las esquinas eran temibles, el viento te hacía andar más deprisa, te empujaba. Y ellos, los irlandeses y las irlandesas, en mangas de camisa, y no eran casos aislados. Parábamos aquí y parábamos allá, haciendo tiempo y en esas entré a un pub un momento, andaban subidos en las mesas, sobre todo las chicas, nos quedamos con ganas de entrar un rato a aquel sitio, habíamos estado buscando algo así pero debíamos ir al albergue, recoger y dormir.



Y llegó el último día. Volábamos por la tarde. Por la mañana paseamos por la calles comerciales de la ciudad. Y esta vez estaban abiertas las tiendas, no las de souvenirs, sino las tiendas, y pasé por una zapatería (la reconocería) y miré el escaparate, y los hice esperar pero es que había zapatos distintos, diferentes a lo que yo conocía porque era una tienda local, quiero decir, de ésas que tiene objetos no globalizados, que llevan la marca de la tierra, así que entré y me compré unos zapatos, y mereció la pena (para mí, claro) porque son mis zapatos de fiestas y ceremonias, los únicos zapatos que puedo llevar horas y horas y con los que se puede bailar todo lo que haga falta. Y encima son bonitos, o a mí me lo parecen, raros pero bonitos.
Me los pongo pocas veces para no gastarlos, los tengo como oro en paño y me recuerdan, además de las cosas vividas aquí, las cosas vividas allí.



                                                                         Seán o duibhir á Ghleanna



lunes, 9 de enero de 2017

Amigos de cine

Pues en aquel salón en una esquina estaba el frigorífico y en otra la tele.

Me chiflaba el cine, no es que me gustara, es que me chiflaba: las comedias, los dramas, los musicales, todo.

A mi padre también le gustaba y había visto bastante cine así que cuando ponían una película por la noche, que entonces sólo había dos cadenas, pues muchas veces las había visto ya. Y esto era importante para mí porque en aquellos tiempos las películas eran calificadas con un rombo las que eran para mayores de catorce años, con dos rombos para los mayores de dieciocho años y el resto para todos los públicos.

Y yo tendría ocho, diez, doce años. Una jodienda.

Mi padre me dejaba ver aquellas que él consideraba que no tenían problema. Las de un rombo era prácticamente seguro que las iba a poder ver, no así con las de dos rombos, ahí me la jugaba y esperaba expectante, pero mucho, a ver que iba a pasar conmigo la noche de turno. Él lo sabía y me dejaba ver bastantes pero alguna vez no:“no, ésta no, ésta no, ya verás otra...” Y recuerdo llorar de la emoción cuando el resultado era un sí. ¡Madre mía! ¡Qué exageraica era! ¡Menudo trabajo tendría el pobre para decirme que no!

Y luego, ¡a disfrutarlas! Comentábamos las escenas, nos reíamos y de vez en cuando hacía comentarios de los directores y de los actores. Y yo por aquellos entonces, cuando me preguntaban qué quería ser de mayor, ¿qué iba a querer ser?: ¡pues actriz!




No recuerdo el momento en que nos conocimos, hablo de Gillermo, no de mi padre (perdón por la tontería). El primer momento que recuerdo de su persona fue bañándonos en una piscina una tarde de verano de hace muchísimo tiempo, yo tenía diecinueve años y charlabamos dentro del agua. Como yo no hacía pie estaba subida en una hilera de boyas intentando de todas las formas y movimientos posibles mantener el equilibrio a la par que hablábamos de esto y de lo otro. Estaba estudiando cine y entre sus proyectos estaba el dirigir cortos y películas:
  • ¿Me vas a sacar en una película? - le pregunté sin poderme resistir.
  • Sí - me contesto.
Y ya no pudimos seguir la conversación porque, definitivamente, perdí el equilibrio (y en qué momentito) y me caí de espaldas, hacia atrás, dándome un capuzón de lo más ridículo. Ay, señor.
Bueno, mientras estaba completamente sumergida en el agua me dio tiempo a que me diera vergüenza salir y a pensar en la cara con la que me encontraría a Guillermo cuando toda yo emergiera: “Ya veremos la cara que tiene éste ahora...”




Pues no, no se estaba riendo, tampoco estaba serio, estaba natural, educado, y yo le agradecí en mis adentros que no se riera de aquella escena que no era para otra cosa. Ahora sí que me río y, cuando alguna vez lo hemos comentado, él también, pero en ese momento, no, no se rió. Y seguimos con lo de la película pero no me acuerdo. Cómica, desde luego, digo yo que pensaría él y pienso yo, habría tenido que ser una película cómica a tenor de aquellos hechos.

Bueno. Luego nuestras familias veranearon en el mismo lugar, en El Pequeño Azul, y allí nos veíamos después de cenar que quedábamos para ir a bailar. No lo baílabamos todo, éramos un poco sibaritas pero desde luego, antes o después saltábamos a la pista; en el fondo esperábamos que el DJ pusiera a Bowie o a Madness, cuando escuchábamos los primeros sones nos faltaba tiempo para subir a aquella pérgola que hacía de pista de baile.

Y luego vinieron tiempos difíciles, complicados, y pasaron temporadas muy largas de todo tipo. Algunas temporadas vivía en la ciudad y otras no pero antes o después acabábamos viéndonos, junto con Moh y con Jazmín, fuera donde fuera. Y sigue siendo así.

Y hemos visto películas juntos, muchas, de todos los géneros y de todas las épocas y de directores muy diferentes. Veíamos esto y veíamos lo otro pero de vez en cuando nos dábamos el gusto de un superclásico, ahí no había problemas para decidir qué se veía aquella tarde: Howard Hawks, Lubitsch (que fue todo un maravilloso descubrimiento)....y John Ford. ¡Su John Ford! ¡Madre mía! y recuerdo hablar sobre El hombre tranquilo, y de decidir verla otra vez, porque yo no sé la de veces que cada uno la habría visto por su cuenta pero daba igual, así que un buen día nos la volvimos a zampar con devoción compartida. Y Kiarostami, y Woody Allen, de los que unos preferíamos unas y otros, otras pero al final había acuerdo, y de Rohmer, otro del que también nos vimos una cuantas en aquellos 90: que si El rayo verde - muy bonita pero mucho más aún, me parece, la novela, que leerla de primeras, sin saber nada, sin conocer la película, debe ser una maravilla, digo yo, y conociendo la película, también- que si los Cuentos, que se prestaban a la elección con aquello de las estaciones. Recuerdo Cuento de invierno, los personajes me parecían espantosos, por momentos eran más y más insoportables y, sin embargo, la película era tan alegre y tan bonita que se te olvidaba lo mal que te caían. Y más cuentos, está también en mi memoria una tarde que Guillermo apareció por casa con una película de un director japonés, Ozu, yo no lo conocía, la película era Cuentos de Tokio, qué preciosidad.





Ya no veo cine. Se llevaron las salas a las afueras, a los centros comerciales. ¡Puf! Y las poquísimas que dejaron sólo aguantan las películas unos días. Y el estrés de la puñeta. Tampoco me han vuelto loca las pocas películas que he visto de los últimos tiempos, en realidad de hace varios años, pero hay cosas que están muy bien. Ea, estaría bien volver a la antigua pasión. No lo entiendo, hay épocas, a veces enormemente largas, en las que, y hablo por mí, se abandona el leer, el escuchar música, el cine o lo que sea. La verdad es que todo esto forma parte de la vida, la vida se reduce mucho sin ello: “actuamos como si fuésemos eternos” me dijo un día Alfonso, ya sé que me pongo demasiado trascendente pero es la frase que me ha venido a la cabeza, yo me creo que en cualquier momento voy a sacar tiempo y voy a “ponerme al día” con todas estas cosas. ¡ Jolines, sí!

Un día le dije a Guillermo: “Hazme una lista de los diez libros, los diez discos y las diez películas que más te han gustado” y pensé en hacer lo mismo con el resto de amigos. Creo que voy a reducir el número a cinco, la selección será magnífica, eso ahorra mucho y es un disfrute compartir lo que más han disfrutado ellos.

Pues este mes de julio vino a la ciudad. Y fui a verlo a casa de nuestros familiares; llegué tarde y con sueño, él atendía sus quehaceres y yo hojeaba un catálogo que había traído de una exposición que había visto en Madrid. Me llamó la atención una pintura, el rostro allí plasmado, y se lo dije, y entonces empezó a hablarme del autor, y luego de otros, y lo mismo saltamos de la pintura a la literatura que al revés, y yo le preguntaba y me sintetizó fantásticamente bien el naturalismo, el costumbrismo y otros movimientos artísticos. Mientras él hablaba yo recordaba (ya se me ha vuelto a olvidar), asimililaba cosas nuevas y seguía preguntado. Hablábamos como la gente lo hacía antes, sin prisas, plácidamente.



                                         Fragmento de «San José carpintero», Georges de La Tour


- ¿Te quedas a comer?
-  Sí. 

Y, ¡Madre de Dios!, ¡para qué hablaríamos de política! Discutimos y discutimos, pero yo no podía discutir, él me decía que argumentara, y mi cabeza, entre la cerveza, la comida y el sueño, estaba embotada, él sí estaba espabilado, bastante. Bueno, discutíamos pero al final queríamos lo mismo.





Seguimos con la discusión más o menos, está bien salirse uno de su cabeza, otros puntos de vista, está bastante bien.

Volvió en el otoño, trajo regalos para todos y salimos a merendar por ahí. Hablamos de música y de conciertos y yo me acordé de la narración que él, una tarde de vaya usted a saber cuándo, realizó, una narración que se me quedó grabada. Se trataba del concierto que los Rolling dieron en Madrid en 1982, lo contaba con entusiasmo, con emoción en la voz y con brillo en los ojos y decía que era una tarde que amenazaba tormenta, una gran tormenta, y que la tormenta cayó, y que le pilló ya a todo el mundo en el estadio: cortinas de lluvia, gente por todas partes eufórica, rayos y truenos violentos, una luz fabulosa, sí, eso decía, el cielo espectacular y el escenario allí en medio, y cada cual, y eran muchos, cobijándose dónde podían o calándose directamente hasta los huesos. Y el concierto no se suspendió, en medio de aquella luz espectacular y bajo aquel cielo, aparecieron Los Rolling. Decía que no se le olvidaría jamás, que no había visto cosa igual en su vida, que el conjunto era sublime. Se lo recordé.
  • ¿Tocaron alguna del Aftermath? - le pregunté.
  • Sí, comenzaron el concierto con...
  • ¡¡¡No me digas!!!








miércoles, 2 de noviembre de 2016

¡Qué fuerte!


Nada, no las encuentro, no encuentro unas fotos que quiero poner aquí.
Llevo buscándolas intensivamente desde ayer (ahora ya antes de ayer) pero no hay manera, así que lo dejo por el momento, sé que me aparecerán, como me aparecen de vez en cuando pero ahora no les da la gana de aparecer. En fin.

Pues como no me dé prisa no voy a llegar (pues no llego, no, esto también lo digo ahora). Bueno,

2013, creo, verano.

Yon nos invitó a las fiestas de su barrio. Nos fuimos Yony, Yona, Elisa y yo, faltaba Yonia pero es que no es muy de estos líos. ¡Vaya nombrecitos que se me pusieron! “¿Cómo queréis que os llame en un blog que estoy haciendo?”  les pregunté el verano siguiente; “Yony”, saltó uno de ellos, entonces una de mis amigas dijo: “pues yo, Yona”, y la otra, animada con el asunto, “pues a mí llámame Yonia” y ya el que faltaba, como no podía ser de otra manera, dijo que él Yon. ¿Para qué os preguntaré nada?” les dije; “pues eso mismo, ¿no querías nombres?, pues ahí los tienes”. 

Bueno, compramos avituallamiento y partimos en coche hacia allá. Allí nos esperaba Yon con su familia y otros amigos (adosados, como nosotros).
Dejamos las cosas en su casa y acto seguido nos fuimos al lugar de reunión, un bajo destartalado con mucha historia. Y allí estaba todo el mundo agitado de aquí para allá haciendo cosas. Había muchos objetos sobre la gran mesa y gente de todas las edades.

-       Vamos a la cabalgata, vamos a salir en la cabalgata así que daros prisa que nos tenemos que disfrazar – nos dijo Yon.
-       ¿Que nos vamos a disfrazar? ¿Que vamos a salir en una cabalgata? - pregunté yo estupefacta.
-       Sí, todos los años lo hacemos así que venga, vamos que queda poco tiempo y hay mucho por hacer.

En total éramos unos veinte o más, yo qué sé, entre familiares, niños y adolescentes y amigos.
Empezaron a cortar telas que tenían por allí, y nos fueron haciendo el disfraz a medida (cada uno de  nosotros también colaboraba, claro, haciendo lo que podía, lo que sabía, y lo que se le ocurría a su imaginación), pues eso, que en cosa de una hora estábamos todos vestiditos, tocaba maquillaje.
Pues tres o cuatro de ellos, con mucha experiencia ya empezaron a maquillarnos a todos. Y tú que veías como iba el otro o la otra pues se te iban ocurriendo cosas sobre la marcha respecto al “acicalamiento”
En esas vi a un tipo pequeño pero robusto por allí charlando con familiares de Yon.
Y al poco comenzó a vestirse también; se colocó unas mallas ajustadas marcando paquete, una camiseta de lo que fuera, un chaleco como de motorista, una peluca heavy de melenaza negra... “Ojalá que éste sea uno de los nuestros” pensé para mí. Pues sí, era uno de los nuestros como constaté al poco tiempo. Terminó de vestirse colocándose unos cuernos de ciervo o de lo que fuera en la espalda, su mujer también, por la noche me contaron de dónde los sacaron, muy peculiar, nada macabro. Y ya para acabar se colocó unos zancos. Y partimos hacia la explanada.



Aquello era una explosión fabulosa de colores, un derroche maravilloso de imaginación, alegría y diversión por todas partes...¡BUAAAHHH!
TODO EL MUNDO estaba en la calle, o disfrazado o sin disfrazar, pero todos allí.
El que no iba de taza de café, iba de mantel, y el que no de papelera y el que no de monstruo y el que no de marciano. Nosotros íbamos de orcos.

Bueno, pues comenzó la cabalgata. ¿Cómo demonios había llegado yo a ese punto? En mi vida había salido en un desfile, ¡líbreme Dios! Pues allí estaba, en medio del asfalto, desfilando entre las dos hileras de sillas ocupadas por la gente de aquel sitio que nos miraban expectantes.

El de los zancos era nuestro líder.
Biennnn!!!!

Pues comenzamos a marchar y a bailar. Lo aprendimos pronto; había que moverse, sobre todo había que moverse, y esto era lógico, menudo muermo estar sentado y ver pasar a alguien andando y ya está, y también para ti era un muermo ir andando sin más, te daba tiempo a pensar en lo que estabas haciendo y a ver a la gente mirándote, y eso no era plan, había que ser semiconsciente sólo de eso, así que a hacer lo que hubiera que hacer, y lo que había que hacer era moverse, y moverse, en algunos momentos, sincronizada con el grupo.

Nos dirigían varios porque nuestro líder tenía mucho trabajo, iba en avanzadilla y con los zancos, pegado al coche que por un altavoz hacía sonar nuestra canción.
¡Dios del Cielo! Yo no daba crédito.
El tema era un tema heavy mezclado con música celta, yo qué sé, me sonaba de oídas pero a malas penas. Pues me lo aprendí rápido, vaya que sí, porque fue lo que escuché y bailé durante casi dos horas, eso y no otra cosa.

Primero bailabas como te daba la gana, luego te ponías en tu fila, (desfilábamos en dos filas), al poco te cambiabas de sitio haciendo un movimiento de zig-zag colectivo, todos, cuando nos daban la orden, pasábamos a la otra fila cruzándonos. Quedaba bien. Y después, a otra orden, hacíamos un corro, nos juntábamos y nos separábamos, nos quedaba fenomenal, y para acabar, nos decían “jaleo” y eso significaba que nos mezclábamos como moléculas descarriadas en divertidísima confusión, ahí casi te chocabas, no sabías para donde ir, el otro tampoco, así que había risas y sonrisas de vernos así todos a todos. Y vuelta a empezar. Vuelta a empezar el tema musical y vuelta a empezar el numerito. Y así dos horas. Bucle total, al final la coreografía nos salía de miedo.
Ah!, se me olvidaba, Yony y yo, en los momentos libres, desarrollamos nuestro particular numerito sin proponérnoslo. La cosa fue que Yony, que es tremendo, tremendamente divertido, tremendamente sociable, pues se dedicó a darles sustos a la gente. Iba vestido, por decir que iba vestido, pues llevaba un bañador y algo en la cabeza y en los pies, alguna piel sintética o algo de eso, yo no sé lo que parecía, pues lo que decía, llevaba en las manos una flecha y un arco o algo así, y en esas se le ocurre acercarse a alguien y simular como que le clavaba la flecha. El susto que se llevó la persona fue grande, luego él se quedo hablando y al final reían, entonces me acerqué a ellos y abaniqué a la persona, está claro que yo llevaba un abanico por todo complemento, bueno y pieles y todo eso, aparte de ir, que se me ha olvidado decirlo, embadurnados hasta las cejas de no sé qué mejunje que nos hacía parecer seres muy feos, bueno, pues le abaniqué y lo agradeció. Y seguimos desfilando.
Y a Yony se ve que le gustó, el caso es que me lo veo haciéndole lo mismo a una mujer, y allá que voy yo y la abanico, susto y aire. Se quedaban pasmados, las caras de la gente eran un poema, no se esperaban ni lo uno ni lo otro. Y ya Yony y yo le pillamos el gusto a aquello y fuimos, salvo en los momentos colectivos, desfilando de esta manera.



Y así transcurrió la cabalgata, yo creía que no iba a llegar hasta el final, pero llegué, llegamos todos.
Y al reposar en la plaza nos enteramos de la noticia: ¡nos habían dado un premio! 

Luego fuimos a la verbena. Al volver a la casa sonaba todavía la música de  la verbena y la de la barraca cercana. Un jaleo.

Me despertó una música, ¿qué pasaba ahora?
Era “La despertá”, me explicó después Yon, una banda de música que va por las calles al amanecer para ir despertando a la gente. A cuadros, me quedé a cuadros, si no hacía ni dos horas que se había acabado el baile. Pues nada. Allí bien espabilada.  Intenté seguir durmiendo.




-       Vamos, vamos que hay que desayunar e ir al lío, hay muchas cosas –dijo Yon.

Pues allí estábamos, delante de un puesto en el que los lugareños hacían salchichas, morcillas, etc. etc. y nada, pues a desayunar morcillas. Y teniendo así la barriga, y después de presenciar un concurso de bicicletas lentas y de beberse una paloma el que así lo quiso, Yon vuelve a la carga:

-         Vamos, vamos, que hay que ir a “la bañá”.
-         ¿Qué es eso?
-         Pues en la plaza instalan un camión cisterna y la gente coge cubos o lo que sea, los llena de agua y se monta una guerra.
-         Vamos, vamos - dije yo entusiasmada.

Y allí que nos calamos vivos todos a todos, desconocidos, conocidos, daba igual, o casi. Primero la cosa era tímida, entre conocidos, y comedida, pero de repente de echaban un cubo de agua por la espalda a traición. Puf! Lo pasamos en grande.

-         Deprisa, deprisa que ahora viene la mascletá.

¡Dios! ¡Qué agenda más apretada! Pues allá que nos fuimos. Estupenda.

Y por la noche concierto etc. Y paseo por las calles adornadas con mucho cariño y mucho primor. Y premios, premios.




Y al día siguiente nos bañamos en la piscina y desayunamos en un bar monísimo, sencillo y antiguo.



2015, verano.

Repetimos.


 

La familia de Yon volvió  a acogernos con calidez y cariño.
Pues allí estábamos otra vez.

-         ¿De qué vamos a salir este año? – dije yo.
-         Este año no salimos, no da tiempo.
-         OHHH!!!

Pero lo demás fue todo igual, igual de agradable y de divertido.

Vimos la cabalgata sentados esta vez.
 Y luego cenamos en amor y compañía todos los que íbamos y más, y nos fuimos a ver un musical espantoso. Se nos ocurrieron ideas.

Y después nos fuimos al concierto. Madre mía, yo estaba reventada y me hubiera ido a dormir pero ¡cualquiera lo decía! Así que fuimos hacia el lugar; estaba muy oscuro y a la intemperie, ya no me acuerdo bien. Debían ser unas instalaciones deportivas pero había muchas zonas de chinarro y yo iba con unas sandalias de cuña, digo esto porque constituía un problema: había tanta gente y tan próxima debido al éxito del grupo que no tenías casi espacio para ti, total: las sandalias pisaban piedras y toda yo quedaba inclinada en un tenso equilibro cada dos por tres. Tenía mucho sueño. Avisé y me retiré hacia un lateral, allí no encontraba donde sentarme pero vi un palé muy próximo al escenario, y allí que me senté. Yona me acompañó a ratos.

El sueño me invadía más y más, y me dolía todo, así que no pude resistir la tentación y me incliné, y  al muy poco tiempo estaba ya en posición horizontal; pues sí, se estaba fenomenal en aquel palé tumbada a lo faquir mirando el cielo y oyendo la música, que se escuchaba tan fuerte que apenas se distinguía lo que cantaba el cantante, pero en esas, escuché “tu novia es más fea que los pies de otro”, y me incorporé y miré a Yona: “¿Ha dicho la frase tu novia es más fea que los pies de otro, ¿lo he entendido bien?”.  Ella asentía riendo. Y ya, a pesar del cansancio, presté de vez en cuando atención a lo que cantaba aquel hombre, y era un disparate detrás de otro. Alguna vez me incorporé y me acerqué para verle, impresionante. Total, que me quitaron parcialmente el sitio y tuve que compartir el palé. Se acercó una chica, vale, cabíamos las dos. En esas se levantó, estupendo, lo tenía para mí sola, pero al poco siento como si me catapultaran: se había sentado un hombre joven, grandote, me dio un susto, se disculpó, me preguntó que si me encontraba bien, le dije que sí, y allí seguimos.
Al poco rato se me acercó una chica muy amable que me dijo: “Señora, ¿está usted bien?” Era del personal de enfermería de la ambulancia que había por allí. “Sí, sí, muchas gracias.” Supongo que pensarían que estaba hasta arriba de todo, pues no, si me hubiera tomado una simple cerveza me habrían tenido que llevar a la cama directamente.



                                                                    Mi novia

 En fin, no son lo más exquisito del mundo ni falta que hace. Temas como Yo la tengo más grande que tú, Chow Chow, Qué gueno que estoy, Soy gilipollas, etc. son algunos de los que escuché allí, ¡qué disparate!

Dejo aquí otro más: "Hola, Spiderman, baja de ahí que te vas a caer, hay que ver la manía que tienes que te lleva to el día enganchao... de la pared. ¡Baja, baja! Estamos esperando que vengan a atracarnos las alimañas de la noche..." No tiene desperdicio, y con música psicodélica a lo Pink Floyd,  y encima tocaban bien. La gente estaba entusiasmada.




Acabó el concierto, ahora tocaba la verbena, yo me retiré, era demasiado para mí. Me acompañaron hasta la casa, me dejaron allí y se fueron un rato de baile.

En la casa, en el sofá del salón en el que dormía, se escuchaba otra vez la música de la verbena por un lado y la de la barraca cercana por el otro, y además la del concierto. No comment.
Los escuché llegar, no me dormí hasta después, muy muy de madrugada.




2016, verano.



Pues por tercera vez allí, ya somos acoplados veteranos, pero este año se ha unido una pareja de acoplados: un canadiense loco por los bonsáis, razón por la que vino a estas tierras, su mujer tailandesa y los niños.

En el lugar de reunión había el mismo jaleo de siempre y más. Después de comer me fui hacia la casa a echarme un poco la siesta, siesta que no pude dormir porque Alfredo, un gato cariñosísimo como el que más pero más loco que una cabra, mucho más, mucho, me estuvo tomando el pelo durante 45 minutos. Yo quería dormir la siesta y el muy canalla no se quería salir de la habitación y se metía debajo de un mueble; intenté sacarlo con una sábana, llevándolo hacia la puerta, nada, cuando estaba a un palmo de la puerta se olía el asunto y se metía debajo del mueble que estaba justo al lado. Y luego lo intenté con un libro, que le gustaba mucho, tampoco, y me daba pena, sólo quería jugar, y luego se iba hacia la jaula del canario y  bájalo de la mesa, y luego vuelta a empezar. Al final los llamé por teléfono, se descojonaron, eso ya lo sabía yo, estaba claro.
El gato no hacía nada, me dijo Yon, lo podía coger con total tranquilidad que no arañaba ni mordía ni nada. Ok. Pues eso hice, al segundo estaba en el pasillo. Ay qué fácil era, claro, una vez que se sabe que semejante chalado no es agresivo. El resto del tiempo ya me lo tiré, cuando estaba con él, jugando y acariciándolo.







Al rato se presentaron en la casa:

-         Venga, Mariplatónica, date prisa que vamos a desfilar.
-         ¿Qué? ¿No decíais que este año tampoco, que no daba tiempo?
-         Sí…pero hemos decidido hacer algo express.
-         Biennn, qué bien. Bueno, vale, ¿y de qué vamos a disfrazar este año?
-         De calaveras mejicanas.
-         ¿De calaveras mejicanas habéis dicho?
-         Sí, de muertos mejicanos.

Risas.
Y salimos disparados.

 Escoger las flores. Cada una escogía sus flores, y maquillaje. ¡Puf, vi que Lola llevaba el rostro maquillado maravillosamente, así que hice porque me maquillara ella; yo escogí los colores, que ya no quedaban demasiadas, y se las di las flores y me puse en sus manos, y ya ella hizo lo que consideró. 



Y hala, a bailar, como si nos hubieran dado cuerda.

La tailandesa desfilaba feliz recordando su país; la tenía en frente, era como mi pareja de baile más o menos. Nuestras miradas se cruzaban cuando íbamos haciendo  el zig-zag,  y menudo lío esta vez, la mitad de las veces alguno se/nos equivocábamos e íbamos en la misma dirección. Ay, señor. Pues la risa por el desastre, y la gente mirando y nosotros descojonados intentando remediar el asunto. Y luego al centro, todos al centro, eso se nos seguía dando bien,  y luego las chicas adolescentes, y luego los chicos, y luego jaleo hasta que nuestra jefa,  Paula, una chica de 14 ó 15 años con una capacidad de organización fuera de lo normal (y más para dirigir a semejante grupo)  pues nos volvía a convocar para el siguiente rizo del bucle.

Los de la batucada eran fabulosos, nos pusimos detrás de ellos porque queríamos marcha, íbamos los primeros, no problem, venga, vamos.                        
                                             
 En esas oigo un grito:

-         ¡Mariplatónica! ¡Mariplatónica!

“Cielos” -pienso yo-, ¿quién demonios me conoce aquí? ¡Horror!

Era una de mis minestrone, una de mis alumnas minestrone.

-         ¡Lucía! Ja, ja, ja.., ¿Es que eres de aquí? – le decía yo mientras nos besábamos.
-         No, mi tío, ¿y tú?
-         Tampoco, estoy invitada por un amigo.
-         Ahh!!
-     Bueno, nos vemos. Lleva cuidado no se te quede la cara coloreada del maquillaje. ¡No le digas a nadie que me has visto, bah, díselo a quien te dé la gana!
Se reía. ¡Qué alegría me llevé!

Me uní al resto del grupo y continuamos con lo nuestro muy concentrados, o lo intentábamos. Al dar una curva una mujer me preguntó “¿de qué vais?” y yo le contesté  que de “muertos mejicanos” y acto seguido le dije: “pero yo española, mejicana o lo que usted quiera pero de muerta, nada” y repetí "pero que nada" y se rió y yo también y  proseguí mi marcha.

A medio camino me dio un ataque de hipocondría. Me dolía el pecho, no quería hacerle caso pero me dolía. Llegué hasta el final, pero ya en la plaza me cogí del brazo de Yony y le confesé lo que me pasaba, en tono de broma pero de verdad, claro, y él me calmó en seguida: “eso nos pasa a todos, no es nada”. “Vale”, le dije yo, “ y si hay que irse… ¡pues nos vamos!”.

Y lo demás fue como estaba previsto por la tradición.
Bandas sonoras al salir a desayunar, y petardos, y de todo. “Deprisa, deprisa que hay que ir a dónde los huevos fritos”. Venga, ahora un huevo frito y una larga cola que marchaba fenomenalmente rápida; ellos se comieron dos o tres: sal  pimentón y aceite de oliva,¡ buenímo! Me tiré una parte encima del bolso al chocarme con alguien, ¡vaya por Dios! Anda que ese bolso... y luego a la mascletá, esta vez no me he tapado los oídos, me dijeron que era muy perjudicial, que había que había que abrir la boca,

Estábamos casi en primera fila. Fue  difícil grabarla, concentrarse y no salir corriendo del estruendo y del temblor.







Por la noche no fui al concierto, imposible. El lío musical era descomunal y el volumen espantoso, espantoso. Cigarro para arriba, cigarro para abajo apoyada en la ventana, me puse mi MP3.
Esta vez no oí la despertá.




Y al día siguiente hicimos lo que correspondía y ya por la tarde nos dimos un baño en la piscina.

Ya estaban ellos allí, yo me tumbé un poco aparte, necesitaba silencio.
Niños y adolescentes chillando, gritos agudos, sonido de cuerpos que se lanzan al agua desde el aire, chapuzones.  Me molestaban, hasta me irritaba, pero al muy poco no me molestaban los gritos, ni los chapuzones, ni las conversaciones de alrededor, al revés, era un placer, sentía un placer. La vida pesaba poco otra vez.